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Las 5 paradojas ocultas de la ganadería industrial


Si citamos a la ganadería industrial, probablemente las primeras palabras que te vendrán a la cabeza serán: explotación, sufrimiento, dolor o muerte. Son palabras duras que duelen sólo con pensarlas. Sin embargo, son las únicas que pueden describir la vida de los animales destinados a convertirse en alimentos. 

Además de causar un sufrimiento inaceptable a los animales, la ganadería industrial también esconde otras paradojas de las que se habla poco o nada. 

Existen creencias como que en España, al haber una gran tradición gastronómica la mayoría de las explotaciones ganaderas no son industriales. Desgraciadamente, esta creencia es falsa.

En nuestro país el 90% de los pollos se crían en granjas industriales, más del 95% de nuestros cerdos viven en este tipo de instalaciones y la mayoría de las vacas utilizadas para producir leche jamás han pisado un pasto. En Europa la situación es bastante similar ya que más del 80% de los animales proceden de explotaciones industriales.

1. EL ESPACIO

La consigna de la ganadería industrial es maximizar la producción, ante todo, para maximizar el beneficio.

Si todos los animales de la industria cárnica española tuvieran libertad para pastar, no habría literalmente espacio. Las calles y plazas de las ciudades estarían invadidas por vacas, pollos, gallinas y cerdos.

Por eso la industria ha resuelto el problema hacinando el mayor número de animales en naves, o peor aún, encerrándoles en jaulas, causándoles un gran sufrimiento. La ganadería industrial “ahorra espacio” aquí, para robarlo en otros lugares. Concretamente, en el hemisferio sur. 

2. LA ALIMENTACIÓN

Para alimentar a un solo cerdo criado con fines productivos se necesitan 2 kg de pienso cada día. Para maximizar la producción y el beneficio, el alimento que se da a los animales es un alimento rico en proteínas, diseñado para inducir un rápido crecimiento.

La parte proteica del pienso suele estar representada por una legumbre: la soja. Evidentemente, no es posible cultivar en España toda la soja que se necesita para alimentar a los cientos de millones de animales que viven en explotaciones industriales cada año, porque, de nuevo, no hay espacio suficiente.

Por ello, se compra soja a otros países, sobre todo del sur, donde hay espacio suficiente para cultivarla. Sin embargo, el precio que pagamos es la deforestación de bosques enteros.

3. LA CONTAMINACIÓN

La producción ganadera industrial es responsable de ,al menos el 14,5%, de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero.

Además también es artífice directa e indirecta de una de las mayores catástrofes medioambientales a las que se enfrenta nuestra sociedad; la destrucción de los pulmones verdes de la Tierra. 

En 2020 se deforestaron más de 12 millones de hectáreas, un 12% más que el año anterior y se perdieron 42.000 km² sólo en las regiones tropicales, las más valiosas para la salud del planeta.Estas cifras señalan una tendencia alarmante: la tasa de deforestación está aumentando, muy por encima de la media de los últimos 20 años.

Pero eso no es todo. En los últimos 10 años, la Amazonia ha producido casi un 20% más de dióxido de carbono del que ha conseguido absorber en el mismo periodo.

De esta forma estamos quemando los “pulmones verdes” de la Tierra para alimentar, con carne, a una pequeña parte del mundo.

4. DOBLE SUFRIMIENTO

Los animales criados en zonas deforestadas suelen enviarse a mataderos clandestinos, donde no se respetan las normas mínimas de bienestar animal.

Debido a este sistema en el que es imposible seguir la pista a toda la cadena de suministro, los animales sufren doblemente tanto durante su corta vida, como en el momento del sacrificio. En estos mataderos ilegales no son aturdidos y los sistemas de sacrificio utilizados son brutales.

5. EL HAMBRE EN EL MUNDO

La brecha de la desigualdad entre el Norte y el Sur del mundo sigue aumentando cada año en lugar de reducirse.

Sin embargo, existe una solución viable a corto plazo: si las tierras agrícolas destinadas al cultivo de la soja pudieran utilizarse para producir alimentos para los 2.000 millones de personas que sufren desnutrición severa, reduciríamos drásticamente el problema del hambre en el mundo.

En un mundo altamente globalizado, en el que ya no existen barreras de ningún tipo y en el que los intercambios económicos vinculan a un país con otro, una parte del mundo es responsable de lo que ocurre en el otro lado del globo.


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