¿Por qué se acepta socialmente la tortura de los animales en la industria alimentaria?
Naces y te separan de tu madre. Aterrado, te llevan a la granja de engorde. Nadie sentirá el mínimo cariño por ti; nadie tendrá el menor gesto de compasión contigo.
Naces y te separan de tu madre. Aterrado, te llevan a la granja de engorde. Nadie sentirá el mínimo cariño por ti; nadie tendrá el menor gesto de compasión contigo. Si eres una gallina te cortarán parte del pico con una cuchilla incandescente para que no piques a las demás en la minúscula jaula. Si eres un cerdo te cortarán los testículos sin anestesia para que el sabor de tu carne sea más suave. Si eres una vaca te amamantarán con leche artificial baja en hierro para que tu carne de ternera sea menos roja. Si eres un pollito macho en la industria del huevo te eliminarán triturándote vivo a las pocas horas de nacer porque no sirves para carne ni pones huevos.
No, no son casos aislados de crueldad hacia los animales de granja. Tal vez eso aliviaría nuestra conciencia un poco, pero la realidad es mucho más compleja y tenebrosa. Todas las aterradoras prácticas descritas son métodos estandarizados por las industrias que nos proporcionan la carne, los huevos y los lácteos. Todas perfectamente legales. A eso se agarran los portavoces de estas industrias cada vez que son cuestionados por ellas. Están dentro del marco de la ley. Lo oirás en su boca una y otra vez. Por si fuera poco, dichas industrias son fuertemente subvencionadas con millones de euros por la Unión Europea. ¿Millones que proceden de…? lo adivinaste: nuestros impuestos. No hay forma de evitar la tortura de los animales en nuestro sistema alimentario: la práctica totalidad de productos que son consumidos provienen de la ganadería industrial. El porcentaje de productos que provienen de otro tipo de ganaderías es casi insignificante estadísticamente. A eso se suma que todos los animales, provengan de la ganadería que provengan, son separados de sus madres y enviados a inhumanos mataderos donde su vida llegará violentamente al fin,siendo aún animales jóvenes rebosantes de vida. La carne, los huevos y los lácteos nos rodean. La cultura en la que nos ha sumergido la publicidad de estas multimillonarias industrias nos dice que necesitamos estos productos para vivir sanos. Sin embargo, la realidad es que personas vegetarianas y veganas de segunda e incluso tercera generación son la prueba viviente de que semejantes afirmaciones son falsas. Los productos vegetales siempre nos han rodeado: verduras, frutas, cereales, legumbres, semilllas… A eso se suma el floreciente mercado de alternativas a la carne desarrolladas en los últimos años. Productos que se asemejan por su sabor y textura a la carne, pero cuyos ingredientes son 100% vegetales.La cultura del actual sistema alimentario es una cultura de violencia silenciosa; una cultura que oculta al consumidor las sistemáticas torturas a las que se somete a los animales que se convertirán en las bandejas de carne, los briks de leche y las cajas de huevos. Los gritos de estos animales son extinguidos en los altos y opacos muros de granjas industriales y mataderos. Finalmente, volvemos a la pregunta que una y otra vez queda sin contestar: ¿por qué se acepta socialmente la tortura de los animales en la industria alimentaria?; ¿qué diferencia a estos inteligentes y sensibles animales de nuestros perros y gatos o de los toros torturados en las plazas? ¿La tortura no es cultura, pero sí alimento?