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La deforestación nos hace vulnerables a las pandemias


Los bosques han servido por mucho tiempo para proteger y proveer de alimento a todas las especies de la Tierra. Los árboles ayudan a amortiguar los extremos climáticos y los desastres naturales, absorben y almacenan el carbono de la atmósfera, mantienen nuestras fuentes de agua inalteradas, preservan la cubierta terrestre y la capa superior del suelo, y proporcionan fuentes de alimento y refugio para una abundancia de especies, incluida la nuestra. Los árboles son parte integral de un ecosistema funcional y saludable, pero también lo son los patógenos, los agentes de las enfermedades. En la naturaleza, este es el frágil, pero intrínseco, equilibrio ecológico que sostiene nuestro mundo.

La deforestación nos hace vulnerables a las pandemias

Cuando ese equilibrio se fractura a través de procesos como la deforestación, se crean condiciones que permiten la propagación y aparición de enfermedades. Sólo entonces recordamos lo interconectada que está la vida en la Tierra. La tala o quema de bosques y la subsiguiente pérdida o desplazamiento de la biodiversidad, cambia la dinámica y desequilibra el ecosistema. Esto permite que los patógenos y sus vectores, como las garrapatas o los mosquitos, tengan la oportunidad de desplazarse entre las especies a nuevos lugares. Los claros de los bosques suelen crear un hábitat ideal para los mosquitos y, como los hábitats forestales están fragmentados, las poblaciones de fauna silvestre se ven obligadas a acercarse más entre sí y a las poblaciones humanas, lo que promueve la propagación de enfermedades como el paludismo, la enfermedad de Zika y la enfermedad de Lyme.

El 60% de las enfermedades infecciosas son de origen zoonótico

Estas enfermedades y otras, como el coronavirus que está detrás del SARS y el COVID-19, son zoonóticas, lo que significa que se originan en los animales, pero pueden infectar a los humanos. De hecho, casi el 60% de las enfermedades infecciosas son de origen zoonótico. Las acciones humanas, como la deforestación, la invasión de los hábitats naturales y la extracción y el consumo de la fauna silvestre, crean el entorno óptimo para que estos virus “salten” de una especie a otra y a nosotros. La pérdida de hábitat boscoso empuja a la vida silvestre a acercarse a las poblaciones humanas en constante expansión, sentando las bases para la mutación de virus.

A nivel mundial, las tasas de deforestación, ya sea para la agricultura, la urbanización o la industria, se están acelerando. En 2018 se perdieron más de 120.000 kilómetros cuadrados, un área similar al tamaño de Bélgica. De esta forma, los ecosistemas comprometidos perdieron la resistencia y la capacidad de sustentarnos.

En los primeros tres meses de 2020, la deforestación en el Amazonas creció un 51% con respecto al año anterior, alcanzando los 796 kilómetros cuadrados, un área aproximadamente del tamaño de la ciudad de Nueva York. (fuente: Exame)

Cada 18 segundos una hectárea de bosque amazónico se convierte en pasto

La ganadería es la principal responsable de la deforestación en el Amazonas. Según datos publicados por Greenpeace en 2009, cada 18 segundos de media, una hectárea de bosque amazónico se convierte en pasto. Por su parte la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) publicó un informe en 2016 en el que demostraba que más del 80% de la deforestación de la Amazonia brasileña estaba relacionada con la conversión de bosques en tierras de pasto. Actualmente la cabaña ganadera brasileña ocupa una superficie superior a los 200 millones de hectáreas, más del 20% del territorio brasileño.

En septiembre de 2019 Igualdad animal llevó a cabo una investigación en la que documentamos el incremento de la deforestación en la Amazonia brasileña y su relación directa con la ganadería.

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