Un vídeo de 1952 muestra el uso de animales en proyectos militares bacteriológicos
La Operación Cauldron tuvo lugar en un pontón situado en la costa de la isla de Lewis. Los jefes militares británicos creían que los soviéticos estaban produciendo bombas bacteriológicas, por lo que decidieron hacer sus propios experimentos sobre animales para desarrollar armas alternativas y conocer sus efectos.
En el vídeo se puede ver a los monos hacinados en pequeñas cajas, con la cabeza encajada a través de diminutos orificios, sin duda aterrorizados, mirando a su alrededor. Junto a ellos, en cubierta, varios hombres vestidos con monos de goma y máscaras de gas preparan un semicírculo con cajas que contienen en su interior a miles de conejillos de indias. Momentos después, los hombres desaparecen de la cubierta. Tras varios minutos, una pequeña bomba es detonada en el mar y los animales son rociados por una mortal nube de peste bubónica.
Estas escenas, que acaban de ser liberadas por el Ministerio de Defensa Británico, aparecen en un documental de demostración de experimentos secretos de guerra bacteriológica realizados sobre animales por científicos del Gobierno hace sesenta años. Los experimentos eran parte de un incipiente programa de armas biológicas, que en ese momento se consideró tan importante como el desarrollo de armas nucleares.
Ensayos: Un mono Macaco Rhesus y cinco conejillos de indias esperan su destino en la cubierta del pontón
Muchos de los monos y cobayas expuestos a los gérmenes murieron en pocos días, mientras que cualquier superviviente fue matado y diseccionado para estudiar los efectos de los gérmenes en sus órganos.
«Esta es la única película, a nivel mundial, que muestra a animales sometidos a patógenos mortales» afirma Mike Kenner, un activista que presionó al Ministerio de Defensa para liberar la filmación.
«Aunque vemos que los ensayos se están llevando a cabo en animales, cuando observamos a los monos no podemos dejar de sentir empatía y darnos cuenta de que estas armas estaban siendo diseñadas para ser utilizadas contra seres humanos», apunta Kenner.
Uno de los pocos hombres que pueden dar testimonio de la verdad de lo que sucedió es Geoffrey Scarlett, de 82 años, que era suboficial a bordo de la nave del Ben Lomond, que albergaba a los animales y los científicos.
«Se nos dijo que íbamos a un ensayo de guerra bacteriológica, pero no nos dijeron a dónde íbamos. Sin embargo, fuimos informados de que la participación no era obligatoria. Desde el principio, preguntaron si alguien se oponía a los experimentos sobre animales, permitiéndosele abandonar sin que ello supusiera mancha alguna en su expediente», recuerda Scarlett. «Que yo sepa, nadie se marchó».
El Ministerio de Defensa ha tratado de distanciarse de los experimentos señalando que el trato dado a los animales en la película dista mucho de la actual conducta ética científica. Sin embargo, miles de millones de animales son utilizados anualmente en laboratorios para experimentación científica, con los más diversos fines.