Estocada mortal a la crueldad del toro de la Vega
Castilla y León ha prohibido matar al toro de la Vega. Los tordesillanos podrán soltar al toro por las calles y el campo, pero no podrán alancear al animal. La noticia es buena pero insuficiente: el cruento espectáculo debe ser abolido en su totalidad.
Castilla y León ha prohibido matar al toro de la Vega. Los tordesillanos podrán soltar al toro por las calles y el campo, pero no podrán alancear al animal. La noticia es buena pero insuficiente: el cruento espectáculo debe ser abolido en su totalidad.
El Gobierno de Castilla y León ha eliminado la excepción del reglamento que permitía que se matara al animal con lanzas en público. Sin embargo el toro podrá seguir siendo hostigado y perseguido. El decreto-ley deberá pasar por la Cortes regionales donde los grupos políticos tendrán que decidir.
La tradición ya no sirve como argumento para perpetuar una barbarie. No importa los siglos que lleve celebrándose un espectáculo sanguinario, llega un momento en que ya no tiene cabida en una sociedad con valores de respeto y compasión hacia los animales.
La medida es un paso adelante hacia la abolición total del torneo. La repulsa social generalizada hacia la celebración del toro de la Vega ha forzado a Castilla y León a dar el primer paso hacia lo que esperemos, sea su total abolición.
Los defensores de los animales han conseguido hacer visible y convertir en un símbolo de crueldad esta celebración brutal. Tras años de intenso trabajo el toro de la Vega se había convertido en un asunto de Estado. Partidos políticos de distinto signo se han visto forzados a posicionarse ante uno de los actos de maltrato animal más mediáticos de los últimos tiempos.
Parte del pueblo de Tordesillas había convertido el toro de la Vega en su particular batalla. Enrocados en la tradición, chulescos y violentos muchas veces, se jactaban de los animalistas regocijándose en la muerte del toro año tras año.
Se lo debemos a Rompesuelas, a Elegido, a Vulcano, a Volante, a Afligido y al resto de animales que agonizaron año tras año en una celebración que ha perdido ya su razón de ser: la muerte del toro siendo alanceado en público.